Recorrer el camino hacia Dios en comunidad

Ahora hemos experimentado cómo Dios puede guiarnos si nos abrimos a Él y a su obra. Sin embargo, son experiencias que no corresponden a la vida cotidiana, porque no podemos tenerlas al principio de nuestro camino de fe. Jesús quiere integrarnos de antemano en una red de amor al prójimo que se fortalezca mutuamente.  Éste es también el requisito previo para que su mensaje del Padre amoroso que está en los cielos se conserve y se transmita a través de todos los tiempos y generaciones. Sabe que, en tiempos de necesidad y desafío, sólo las comunidades son capaces de fortalecer a las personas entre sí para que permanezcan fieles a su fe en Dios. Esto se aplica tanto a naciones enteras como a individuos. Si se les deja solos, a menudo les resulta muy difícil vivir su fe, sobre todo si se encuentran en un entorno hostil a su fe.

Sabiendo esto, Jesús siempre nos ha prometido su ayuda especial cuando nos reunimos e intentamos caminar juntos por los caminos de Dios: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". En su última comunión con sus discípulos, nos encomendó también la tarea de reunirnos una y otra vez en comunión para celebrar de nuevo esta fiesta en su memoria. Ésta es la base central para que podamos llevar el mensaje del Evangelio y la fe en nuestra resurrección a través de todos los tiempos y de toda la confusión de la historia y transmitirlo de generación en generación. Por tanto, no debemos recorrer solos el camino de la fe, sino en comunidad con los demás, sabiendo que esto corresponde a los deseos de Jesús.

La celebración de la Eucaristía

Jesús nos dio la celebración de la Eucaristía, por una parte como recuerdo de sus actos y, por otra, como fuente de fuerza que nos ayuda a poner en práctica en nuestra vida el contenido del Evangelio y a convertirnos en testigos creíbles de Él.

Mientras que en las comunidades protestantes y de la Iglesia libre, las personas se reúnen en celebraciones de comunión en recuerdo de las palabras de Jesús "haced esto en memoria mía", en las que la Palabra de Dios ocupa un lugar central, en la Iglesia católica la Eucaristía se celebra en la Misa. Aquí hay diferencias de creencia, que debemos aceptar con amor fraternal.

En la Iglesia católica, creemos que Jesús nos dio la oportunidad de experimentar la cercanía de Dios de un modo incomparable. En su última cena antes de su muerte, Jesús tomó pan y vino y se los dio a sus discípulos con las palabras: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo, tomad y bebed, ésta es mi sangre: haced esto en memoria mía". Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía en su memoria, podemos recibir así el cuerpo del Señor en la comunión, en ese pequeño trozo de pan del que Jesús dijo: "¡Mirad, esto es mi cuerpo!". Creemos, pues, en la presencia real de Dios en la Eucaristía, tal como la describe San Pablo en su primera carta a los Corintios (1 Cor 11, 23-30).

¿Qué significa esto? - En la Eucaristía, Dios se hace pequeño por amor y se entrega a nosotros, los humanos. Éste es un signo insuperable de cuánto respeta nuestra libertad: no es él quien determina cuándo quiere reunirse con nosotros en la Eucaristía, sino que somos los humanos quienes determinamos cuándo estamos preparados para una "comunión" con Dios y él, el Todopoderoso, se somete a nuestra voluntad y nos espera. Esto es amor puro en su última consecuencia. Dios se ofrece a formar parte de nuestras vidas, el pan que recibimos se convierte en parte de nosotros. Por tanto, nos corresponde a nosotros decidir si también queremos hacernos uno con Jesús en el contexto de la comunión y dejarnos santificar por él para aprender con él y a través de él a amar a las personas como él las ama.

Sería bueno buscar este encuentro con Dios con un corazón puro. Sólo el respeto al Todopoderoso exige que no busquemos el encuentro con él casualmente y en actitud pecaminosa. San Pablo nos advirtió con urgencia que no comiéramos ni bebiéramos indignamente el cuerpo y la sangre del Señor: "Porque quien lo come y lo bebe sin acordarse de que es el cuerpo del Señor, se condena a sí mismo al comerlo y beberlo".

Por eso, si vivimos en la culpa, es mejor y más sincero no recibir a Jesús en la Eucaristía. Vivir en contra de la clara voluntad de Dios y seguir queriendo recibirle porque, por ejemplo, todo el mundo comulga como parte de un servicio religioso, es una desconsideración hacia su grandeza y una falta de respeto hacia el amor con el que quiere encontrarse con nosotros. Debemos tomar conciencia de este hecho y esforzarnos de antemano para que Dios nos perdone nuestros pecados.  Tenemos la oportunidad de hacerlo mediante el sacramento de la confesión. Si esto no es posible, al menos deberíamos presentar sinceramente nuestra culpa a Dios y pedirle perdón.

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